La frase del día

El hombre puede vivir unos cuarenta días sin comida, unos tres días sin agua, unos ocho minutos sin aire, pero sólo un segundo sin esperanza.” — CHARLES DARWIN

jueves, 26 de noviembre de 2009

CARTA ABIERTA DESDE MI INTERIOR

Es de suponer que, cuando una persona se encuentra en un punto crucial de su vida, la revisión del pasado se convierte en algo casi obligatorio, doloroso, pero necesario. Es importante en esos momentos echar la vista atrás con ánimo inquisidor, con minuciosidad, sin concesiones paternalistas que intenten justificar los errores pasados, para aprender de ellos, para llegar a juzgar con asepsia (si es que eso es posible), todas las decisiones equivocadas que se han tomado hasta el momento. Es el único modo de enseñarnos dónde tomamos la encrucijada incorrecta, ya que los paños calientes, solo van a ser bálsamo de un día, y no van a lograr sino una conmiseración que nos va a seguir llevando por la senda del error, haciéndonos caer una y otra vez. ¿Para qué iniciar un proceso doloroso si además va a ser estéril?. Es un mero acto auto-destructivo que no serviría de nada: solo como castigo, nada más.


Esta ha sido una noche larga, con apenas dos horas de sueño, dando vueltas en la cama, mirando el sol verde del despertador, con un hormigueo que me recorría todo el cuerpo, sin dejarme descansar, con los ojos enrojecidos, escociéndome, y con una sola pregunta rondando mi mente: “¿porqué?”. En mi vida, solo he perseguido ser un hombre bueno, sin más pretensiones que la de no hacer daño a nadie. Supongo que eso es algo que no siempre habré conseguido, pero lo que si que puedo afirmar sin que ninguna persona pueda negarme la razón, es que conscientemente, jamás he dañado a otros. Mis actos, mi comportamiento, mi forma de ser y de relacionarme con los demás, hablan por mí mejor que cualquier argumento. A disposición están de quien quiera verlos; sin ser un santo (ni pretender ser tomado como tal), he obrado siempre conforme a mis principios y creencias, sin importarme si eso iba a mi favor o en mi contra, deteniéndome siempre en el punto exacto donde comenzaba la libertad de otros, siguiendo con fidelidad la máxima cristiana de “mi libertad termina donde empieza la tuya”, que es una buena filosofía esté asociada o no a algún tipo de creencia, y esa convicción es la que me permite vivir y mirarme al espejo cada día, sin tener que bajar la mirada ante la imagen, orgulloso de ser como soy, de haber respetado a los demás como me gustaría que me respetasen a mí. Eso es más de lo que mucha gente puede afirmar: allá cada cual con su conciencia, y con el momento en que les alcance y les pida cuentas.


Durante estos últimos días, he sido tratado de un modo injusto, duro, impío, imagino que con el ánimo de quebrar mi voluntad, de hacerme ceder, de obligarme a entregar todo aquello por lo que he luchado, por lo que me he esforzado, por lo que me han salido callos en las manos y un sempiterno dolor de espalda que me acompaña cada mañana cuando me levanto, por lo que me he pegado esos madrugones desde hace ya tantos años y, sobre todo, aquello en lo que he derrochado todo el amor que me ha sido posible, todos los cuidados y atenciones que han necesitado, todas las caricias que hicieran arrancar una sonrisa, que devolvía a su lugar al sol de mis mañanas. Ahora, me piden que renuncie voluntariamente a todo ello, disfrazándolo de buenas intenciones, y quieren que se lo confíe a quien insulta, calumnia, amenaza y falta al respeto sin ningún tipo de miramiento. Pues bien, ahora llega el momento de la verdad, y no le voy a facilitar el trabajo sucio a nadie. Podrán arrebatármelo con la razón por la fuerza, aún sabiendo que jamás les va a asistir la fuerza de la razón, me lo podrán arrancar de las manos, pero van a tener que explicar que me lo quitaron: jamás van a decir que yo lo entregué alegremente. El día que haya que dar alguna explicación, no tendré que bajar los ojos y decir: “lo regalé”; podré levantar la mirada y decir: “me lo arrebataron”. Y ese será el momento en el que cada cual deba dar su explicación, y tomar consciencia de lo que ha hecho. Se han ganado a pulso mi desprecio, y eso, conociéndome, es algo que no tiene retorno. Que Dios ampare a todos los que están jugando alegremente con el futuro, y que Él los perdone, porque yo ya no puedo.